Juego de Tronaos: Mendoza

Mendoza

Era un lunes cualquiera. Sonó el despertador, puntual, a las 7:45. Miró a su lado y como cada mañana, el otro lado de la cama estaba vacío y desierto.
Se levantó y siguió el ritual de retocarse su tupida barba, vestirse con su siempre impecable traje y enfundarse sus estilosas gafas de diseño italiano.

Para aliviarse el sabor a alcohol que tenía de la noche anterior, se tomó un agradable café mientras leía en el iPad el Financial Times, quizá buscando nuevos mercados o consejos de gran empresario.

Mientras apuraba el café, se prometió cambiar de vida, pero su trabajo le exigía las 24h y como bien sabía, o mejor dicho “la vida se había empeñado en enseñarle”, era imposible conciliar trabajo con relaciones. Atrás quedaron Manuel, Pedro y tantos otros intentos que fracasaron porque no llegaban a entender su trabajo, su implicación absoluta, su modo de vida.

Se despidió de Ricky (el bulldog francés que adoptó con Manuel), salió de casa y se montó en el taxi que le llevaría a sus oficinas de “Explota consulting S.L.”, pensando en que hoy era un lunes más, como tantos otros, con la excepción de que tenía que comunicar una noticia a su jefe del proyecto estrella de la empresa.

Era un trámite, todo estaba más que decidido, únicamente tenía que reunir a su junta de títeres (empleados), y que éstos argumentaran junto con él las razones de la decisión que había tomado. A partir de ahí su problema habría acabado. Lo de siempre.

Llegó a la oficina, entrada de triunfador, sonrisas y el mecánico “Buenos dias Sr. Mendoza, ¿qué tal el fin de semana?” , y la respuesta de siempre preparada: “bueno, ya sabes ocupado, trabajando”, saludos a los jefes de proyectos y pudiendo notar las miradas de envidia de los empleados adorando su posición, celosos de su porte y categoría. (O eso pensaba él, en verdad le odiaban). No le importaba, “que aprendiesen a emprender”, era su lema cuando miraba a un “loser” a los ojos.

Entró en su despacho, pero antes la mirada inquisidora a todos marcando el territorio. Hay que hacer notar a todos quién es quién, quién es el jefe, quién manda en este cotarro. Entró en el despacho y reunió al jefe de su proyecto estrella: Fer.

Fer era un tipo campechano a su modo. No era guapo, no era alto, no estaba en forma, no era especialmente listo y por Dios, tenía una especie de tic por el cual no paraba de hurgarse la nariz. Aun así Fer tenía una gran habilidad: sabía convencer a la gente. Tenía labia y talento para desenvolverse y mentir con habilidad.
La reunión con Fer fue incómoda en varios sentidos (Fer a veces podía ser un lameculos mentecato), pero le dejó claras las dos cosas que quería transmitirle: adiós a la jornada de verano y restricción de vacaciones a todos los empleados del proyecto estrella. Tras la reunión, Mendoza se encontraba inquieto y decidió prepararse un café en la Nesspreso que guardaba en su despacho.

Mientras sorbía ruidosamente el café miraba por la ventana de su despacho. Sus empleados ya estaban todos trabajando, y Fer parecía dar vueltas de un lado a otro. Cielos santo, no paraba, era como si estuviese conteniendo sus ganas de defecar.

Tomó otro trago de su amargo café y miró entre sus empleados: uno parecía muy feliz comentando el fin de semana, otro se remangaba las mangas, uno del fondo del pasillo estaba sirviéndose agua. Malditos idiotas, ¿cómo desperdiciaban el tiempo así?, podrían haber avanzado en algo con su trabajo, incluso durante el fin de semana, podrían haber progresado en sus tareas, eso supondría beneficio tremendo al proyecto. Mendoza detestaba la pereza y la vagancia, y estaba convencido de que sus empleados eran todos unos holgazanes.

De pronto sus ojos se clavaron en otro de sus empleados: Marcelo. Aquel empleado tenía malas costumbres: llegaba a su hora, y lo que era peor, se iba a su hora. Había pedido quince días de vacaciones en verano, ¡quince!. Y siempre que se le exigía algo lo pedía por escrito. Maldita sea, siempre todo lo quería por escrito, ¿qué se pensaba?, ¿que aquéllo era una editorial de libros? Allí se iba a trabajar, a ganar dinero y a hacer un negocio.

Por un momento Mendoza se sintió solo e incomprendido. Tragó saliva, tragando también el nudo que se le había formado en su garganta al recordar a Manuel, su ex, aquel que le había dejado por ese exótico bailarín morenazo de danza balinesa en su primer viaje juntos.

De pronto su teléfono sonó. La llamada era del cliente. Mendoza suspiró profundamente y arrojó de mala gana el vaso de café a la papelera.

– A ver qué cojones quieren ahora estos imbéciles – murmuró.

Se aclaró la garganta y descolgó el teléfono.

– Buenos días Javier – Mendoza intentó hablar como un ser humano normal.

– De buenos nada – interrumpió Javier – tenemos un problema.

– Tú dirás – La voz de Mendoza sonaba ahora fría, como un témpano de hielo.
– Hay que recortar los plazos de entrega aún más, la dirección del banco no            aprueba una primera entrega que no sea en menos de quince días, fines de semana incluídos.

– Pero habíamos firmado lo que yo creí que … –

– Si no entregas la primera demo del hito uno en quince días, el contrato se penaliza con un -10% cada día de retraso, léete la letra pequeña – espetó Javier. Era algo que Mendoza ya sabía, él nunca deja flecos sueltos, sólo que intentaba capear aquel punto.

– No hay problema, entregaremos en fecha, me comprometo yo y todos mis empleados a ello; si hace falta trabajaremos (trabajarán, mejor dicho) fines de semana, quédate tranquilo Javier y confía en una empresa sólida y líder en el sector, como la nuestra. Nuestra versatilidad y solidez, conjunto a nuestra profesionalidad y valores harán que no fallemos-
– Eso espero Mendoza, te llamo en unos días…hasta luego.

– Adiós.

Colgó rápido y miró por la ventana, tenía que hablar nuevamente con el idiota de Fer, pero no le encontró en su sitio. Rebuscó con la mirada por los despachos. Justo en aquel momento estaba reunido con Marcelo.

 

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